Nuestro punto de partida: encadenados dentro de una caverna y sin saberlo.

¿Qué es la filosofía?

Podemos comenzar leyendo y reflexionando sobre un pasaje muy famoso de la historia de la filosofía: la alegoría de la caverna, escrita por el filósofo griego Platón allá por el siglo IV antes de Cristo. Una alegoría, según el diccionario de la Real Academia Española, es “una ficción en virtud de la cual un relato o una imagen representan o significan otra cosa diferente”.

Esto significa que Platón (Πλάτων) -que era llamado así por lo ancho (πλατύς, platýs) de sus espaldas, aunque su nombre verdadero era Aristocles- quiere explicar a sus lectores -a nosotros, en este caso- algo mediante un relato inventado. ¿Y qué es eso que nos quiere explicar Platón? Pues nada menos que el significado de la filosofía, además de muchas otras cosas, como nuestra propia condición humana, el significado de una verdadera educación o el propio concepto de realidad.

 

Nuestro punto de partida: encadenados dentro de una caverna sin saberlo.

Cuenta Platón que unos hombres permanecen desde niños en el interior de una caverna, encadenados de pies y manos, y obligados siempre a mirar hacia la misma pared, una pared en la que se reflejan sombras de cosas del mundo: sombras de caballos, de personas, de jarrones, de árboles… Estas personas nunca han visto otra cosa desde su nacimiento. Suena raro, ¿verdad? Es un relato muy antiguo. Podríamos imaginarnos que los prisioneros se encuentran en un cine, o dentro de un programa de realidad virtual, con sus trajes de realidad virtual, que les permiten vivir en una simulación, aunque no son conscientes de ello. Las sombras que observan estos peculiares prisioneros son resultado del reflejo de unas figuras que van portando unas personas que se encuentran detrás de los encadenados, separados de ellos por un muro bajo, un tabique que hace que no se detecte el teatro que están viviendo los prisioneros.

Detrás de las personas que portan figuras hay un fuego, que permite que se proyecten las sombras que han visto los prisioneros desde su nacimiento. En un momento de la historia, uno de los prisioneros es liberado y forzado a mirar hacia atrás, a descubrir el engaño del que ha sido objeto toda su vida…

Qué extraña imagen, ¿verdad? En el diálogo platónico (de título la República) en el que está contenida esta alegoría el protagonista Sócrates (de quien Platón era uno de sus más destacados discípulos) afirma que esos inquietantes prisioneros “son como nosotros”, pues “¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?”. Tal vez nosotros, los seres humanos, tenemos una cierta tendencia a la esclavitud: solemos pensar que la reducida región de la realidad en la que tendemos a acomodarnos es todo lo que hay: en la caverna, donde está todo lo que conocemos (las sombras de la pared), y junto al calor del fuego, no se está tan mal, después de todo. Pero el ser humano -en esto coinciden casi todos los filósofos- puede aspirar a mucho más. Puede aspirar a la libertad: a salir de la caverna y observar la realidad del exterior.

Existen dos tipos de ignorancia, una más grave que otra.

 

Sin embargo, ocurre algo que impide a los cautivos salir de la caverna: y es que ni siquiera son conscientes de que están ahí dentro, encadenados desde el nacimiento, pues nunca han visto otra cosa, ni creen que sea posible nada más que aquello que conocen. Platón viene a enseñarnos aquí que existen dos tipos de ignorancia, una mucho más preocupante que la otra: una cosa es ignorar algo y otra, mucho peor, ignorar que se ignora algo. En el primer caso, lo único que necesito es ponerme manos a la obra para tratar de conocer aquello que desconozco (por ejemplo: la distancia que hay desde la Tierra hasta el Sol); en el segundo caso, mucho más preocupante, primero tengo que liberarme de mis prejuicios y opiniones erradas (por ejemplo: el Sol es un dios al que rendir culto, que se desplaza en una barca, como pensaban los egipcios). La filosofía ha tratado siempre de luchar, fundamentalmente, contra el segundo tipo de ignorancia, aquella que “ignora que ignora”, es decir, la ignorancia que “no sabe que no sabe”.

Para qué sirve la filosofía.

Así, aunque mucha gente piensa que la filosofía no sirve para nada -pues es cierto que no es fácil encontrarle una aplicación práctica inmediata- la verdad es que la práctica filosófica siempre ha tenido una intención liberadora del ser humano. Aunque siempre pueda haber falsificaciones que se hagan pasar por filosofía y que supongan más esclavitud que liberación (como ocurre con el dogmatismo o la pedantería y erudición exageradas) la actividad filosófica es una actitud que contribuye a una vida más plena y libre para el que la practica:

La dedicación a la filosofía, aunque ésta haya sido manipulada, requiere el ejercicio de la razón, hace al hombre pensar. Y muchas veces este ejercicio del pensamiento obliga al hombre a tomar conciencia de su propia dignidad y libertad. Despierta en él un espíritu crítico que le permite descubrir el verdadero sentido de su vida, la verdadera significación de la realidad que le rodea, integrada por instituciones y leyes, creaciones culturales y aparatos técnicos, estructuras económicas y formas políticas, usos sociales y costumbres consagradas. El hombre que piensa puede, en un momento dado, poner la realidad al desnudo porque, quien ha formado sólidamente su razón crítica, difícilmente comulga con ruedas de molino. Por lo mismo, quien toma conciencia de su propia dignidad difícilmente se somete a manipulaciones degradantes.

Antonio Aróstegui, La lucha filosófica, Editorial Marsiega, Madrid, 1975, pp. 26-27.

Salir de la caverna.

 

La filosofía, practicada honestamente, entraña siempre un peligro para los gobiernos autoritarios y para las oligarquías que con frecuencia manejan nuestras democracias. Tratar de salir de la caverna y de romper las cadenas con las que Platón simboliza las causas de nuestra ignorancia (los prejuicios, los mitos, las tradiciones irreflexivas…) supone una amenaza para aquellos que se beneficien de la ignorancia de los demás. Pues puede decirse que para la filosofía un ser humano libre es aquel que es capaz de pensar por sí mismo (esto es, en palabras de otro filósofo llamado Kant: es capaz de autonomía) y de evitar que sean otros los que piensen por él (esto es: de escapar de la heteronomía). Pero para eso es necesario darse cuenta de que solemos siempre estar en la caverna, de que solemos manejarnos en el mundo mediante prejuicios, falsedades y mitos.

La alegoría continúa con el dificultoso trayecto que ha de efectuar el prisionero liberado para salir de la caverna: sus ojos, habituados a la oscuridad, han de ir acostumbrándose poco a poco a una mayor visibilidad de las cosas. Se trata del duro camino del conocimiento, del proceso educativo encaminado a que el pupilo pueda pensar por sí mismo, a que adquiera conciencia filosófica (conciencia de su propia filosofía), a que mediante la razón pueda aproximarse a la verdad de las cosas. Pues la educación, se dice en la alegoría, “no es como la proclaman algunos”, que piensan que consiste en algo así como llenar de contenidos las cabezas de los alumnos. La educación, más bien, consiste en ayudar a los alumnos a que miren hacia el exterior de la caverna. Sería algo así como un “clic”, una suerte de inspiración que nos permita darnos cuenta de que es posible que vivamos en nuestra caverna particular. Pues es importante destacar que el propio prisionero liberado, aquel que ha salido del mundo de apariencias en que consiste la caverna, si recuerda su anterior cautiverio de tantos años en los cuales nunca se había dado cuenta de nada, debe concluir que tampoco puede estar seguro del todo de haber salido de la caverna: puede ser que el exterior también sea una caverna más grande, una prisión de la que también es necesario salir.

Así, en una primera aproximación, la filosofía podría definirse como aquello que hacemos cuando tomamos conciencia de que nosotros mismos siempre podemos estar dentro de la caverna, por lo que tratamos de buscar garantías y caminos que nos permitan asegurarnos que, efectivamente, estamos saliendo de ella; estamos saliendo de un mundo de apariencias y falsedades, caminando hacia otro mundo más auténtico, más certero, más libre.